Igual que una moneda
antigua, diminuta,
también, si así se quiere,
completamente inútil,
aquel cañón de sol
que llegaba a mi infancia
por la persiana rota.
Eternas caravanas
de motas peregrinas
danzaban en su haz.
Sabe Dios desde dónde
vendrían a mi alcoba.
En esta luz de mayo
renace aquel asombro
de la contemplación.
Tú formas parte de ella,
pues se escuchaba,
del fondo de la casa,
tu trajín laborioso
y todo lo tangible
como un aura guardaba
tu olor, tu protección.
Ahora que es infinita
la grieta en la persiana
y que cabéis de sobra
la casa y tú en su espacio,
en la luz que poblasteis,
como en un ascua, soplo
y se reaviva el fuego
dormido de mi vida,
que está ya para siempre
expuesta a la intemperie.
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