Era el olor del bálsamo en la noche,
el concilio del miedo con el tacto,
la luz transida, su susurro,
la alcoba frágil, cercada por el frío y por la fiebre,
la leche recién tibia
tintada con canela de su piel,
las buenas noches, la oscuridad primera,
sus pasos alejándose,
la cama que se hundía lentamente en el bosque,
las sombras torrenciales,
mi voz que la seguía,
ahogada, débil, ronca,
por las habitaciones y los años
hasta perder su rastro entre cipreses.
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